Es extraño, pero no estaba súper ilusionada por aquel viaje postgrado a Beijin. Ese año había tenido la suerte de viajar por vez primera a Marruecos para participar en un curso intensivo de Yoga, y esto me resultaba tan atractivo que eclipsó en un principio la ilusión por el viaje a China. Me habían advertido contra la falta de higiene de los chinos: que si olía mal, que si escupían en el suelo…, y un sinfín de detalles que me precavían y alertaban.
Fue tal vez ese punto de partida carente de expectativas lo que me permitió disfrutar del asombro y el enriquecimiento que ese viaje me aportó. No recuerdo la incomodidad del calor húmedo, en pleno agosto, que pesaba sobre la ciudad, ni tampoco el olor a sopa agridulce que nos golpeaba al cruzar la puerta del hotel. Lo que se ha quedado como impronta en mi retina es sobre todo la simpatía de ese pueblo, que nos saludaba por la calle sin venir a cuento, siempre dispuestos a ayudarnos con el mapa a pesar de manejar, en general, un inglés peor que básico; su humildad como expertos o pacientes en el Hospital Universitario donde realicé mis prácticas; su alegría inundando las aceras por las noches, entre juegos y comidas familiares; su legendaria capacidad de trabajo, que pude verificar más de una vez; y en general su espíritu curioso y abierto, al tiempo que respetuoso con sus tradiciones. Todo esto desbancaba, una y otra vez, la imagen que me había formado de ellos en España, de cultura distante e impenetrable.
Recuerdo con agradecimiento los gestos de bailarina de Hei Mei, siempre generosa y delicada, cuando nos preparaba el té en su pequeña tienda, invitándonos a saborear todas las variedades de esa bebida deliciosa.
Me impresionó el Hospital, a tope de pacientes que nos sonreían curiosos, y la efectividad de sus diagnósticos, producto de la interacción indiscriminada de Medicina alopática y tradicional (se examinaba el pulso de los pacientes, al tiempo que se les practicaban todas las pruebas necesarias de TAC o analíticas, cuyo resultado estaba disponible en menos de una hora, para facilitar el tratamiento de personas que habían viajado desde la China rural hasta la gran ciudad para tratarse).
Fui testigo del trabajo de un Maestro de Qi Gong que, en el propio Hospital, realizaba sus movimientos energéticos frente a pacientes que los recibían con humildad y reconocimiento (algo del todo impensable en Occidente), y me asombré ante la pericia de un famoso Maestro Acupuntor, bajo cuyos pantalones grises afloraban unas viejas zapatillas de tela. Todo esto se me presentaba como una oportunidad para revisar mis conceptos culturales de jerarquía y una nueva forma de considerar el arte de dar y recibir.
Vivimos también situaciones divertidas cuando comprobamos, por ejemplo, el efecto que tenía sobre los varones un escote español en pleno Metro, o cuando en un supermercado intentaban explicarnos con mímica el contenido de extraños alimentos.
A ese respecto, tengo que decir que disfruté de una comida espectacular (nada que ver con los restaurantes chinos que hasta entonces conocía). Nuestra querida Hei Mei nos recomendó restaurantes especializados en gastronomía de Yunnan (la región del té), donde pudimos degustar brotes de jazmín, alubias crujientes con algas o lubina agridulce con verduras, todo ello acompañado de un magnífico té Pu Erh. Sin embargo, tengo que reconocer que, después de un mes catando a diario novedades, cuando descubrimos una pastelería donde se vendían baguettes calentitas, nos hicimos asiduas!
También nos resultaba chocante el empeño de las mujeres en protegerse del sol con brazaletes hasta los hombros y grandes viseras, tan distinto del gusto de nuestra cultura, o la disociación que nos producía un vendedor de grillos a la entrada de un edificio hipermoderno; el silencio y frescor del espacio “interior” de una manzana de casas frente al ruido ensordecedor del tráfico circundante, o el reparador de pinchazos de bicicleta que montaba su chiringuito en la acera de una inmensa y moderna avenida.
No hay espacio en este texto para describir y recordar todo lo vivido en ese viaje, pero me gustaría terminar con un reconocimiento a esa gente modesta y alegre que tanto me aportó. Si tienes la suerte de viajar a ese país, te recomiendo que lo hagas con mente abierta y disponible, para volver tan enriquecida como yo lo hice.